El ‘Monopoly’ del fútbol mundial se resquebraja
El fútbol se ha posicionado como el deporte con mayor capacidad para convertirse en un producto de entretenimiento global, alcanzando unos ingresos de más de 30.000 millones de euros anuales. Y eso también lo ha convertido en un campo de batalla para quienes se encargan de su explotación.
A principios del siglo XX era habitual que los clubes británicos realizaran giras por Latinoamérica para evangelizar sobre un nuevo deporte que se jugaba con una pelota en los pies. Eran tiempos de amateurismo y simple pasión por un juego llamado fútbol, que cien años después se ha convertido en una de las industrias de entretenimiento más potentes de todo el mundo, con unas competiciones profesionales que anualmente obtienen unos ingresos superiores a 30.000 millones de euros.
Su atractivo mediático no ha dejado de crecer año tras año, y en el último lustro se ha producido el inicio de una batalla global por ver quién se queda el mayor número de propiedades en el particular Monopoly del balompié. Desde la Fifa a la Uefa, pasando por LaLiga a la menor de las competiciones domésticas de Europa, la lucha de poder que se está produciendo ya sabe que tendrá al menos dos vencedores: los clubes y, especialmente, los futbolistas, cuyas nóminas representan el 60% del gasto y sólo en 2017 recibieron 12.200 millones de euros.
Phillippe Blatter jamás fue uno de ellos, nunca pudo decir que él conocía qué necesitaba el deporte porque había vestido de corto. Pero sí sabía la poderosa herramienta que tenía entre manos cuando asumió la presidencia de la Fifa en 1998, y que durante décadas le permitió convertir el regulador internacional del fútbol en un gigante al que todas las grandes potencias mundiales querían acercarse. Era la constatación de que el fútbol como negocio tenía futuro, aunque no con él, después de que los casos de corrupción lo hicieran caer en julio de 2015. Con el colofón de una comparecencia pública en la que un espontáneo provocó una lluvia de billetes que, meses después, también se llevaría por delante a su homólogo en la Uefa, Michel Platini.
En pocos meses se destapó una trama por la que dirigentes federativos se habían embolsado decenas de millones de euros en sobornos a cambio de la adjudicación de contratos por todo el mundo, una sospecha confirmada que se unía a la oleada de confesiones sobre las mordidas que recibieron muchos presidentes de federaciones para decidir qué países se adjudicaban la organización del Mundial, aún hoy el evento por excelencia del deporte rey.
Los casos de corrupción pusieron en alerta a patrocinadores, operadores de televisión y clubes, que advirtieron que la transformación de la gestión era un paso obligatorio para no destruir el valor que casi por inercia y sin mucha visión de futuro se había creado en torno a esta disciplina. Empezaba una era con rostros renovados y promesas de que la transparencia y la inversión en la base serían los pilares sobre los que cimentar cualquier decisión que se tomara.
Eran inicios de 2016 y, entonces, pocos se percataron de que esos mensajes positivos (generar más para redistribuir más) acabarían derivando en el mayor conflicto institucional de su historia. Y, lejos de ser un uno contra uno, la batalla por el control se ha convertido en un partido de patio de colegio, en un todos contra todos en el que los intereses de ligas, clubes y federaciones no siempre están alineados.
El principal agitador del debate ha sido Gianni Infantino, que tomó las riendas de la Fifa en febrero de 2016, después de seis años como secretario general de la Uefa. La confederación europea pudo pensar que, así, lograba tener un hombre de confianza en la máxima instancia de este deporte, pero el tiempo les ha probado que estaban equivocados. La necesidad de devolver al regulador mundial a los beneficios, y sobre todo generar el máximo de dinero posible para las federaciones y justificar su existencia, llevaron al ejecutivo suizo a emprender un programa de reformas con el que muchos se han visto amenazados.
El ciclo que finalizó con el Mundial de Rusia 2018 arrojó un beneficio de 100 millones de dólares (90,2 millones de euros), un tercio del conseguido en 2011-2014 y lejos de los 631 millones de dólares (569,2 millones de euros) con que concluyó 2007-2010. Se imponía un punto de inflexión, e Infantino encontró el trampolín en un grupo inversor que en abril de 2018 le mostró el camino con una oferta informal que garantizaba 25.000 millones de dólares (22.552 millones de euros) en doce años.
A cambio, pedía hacerse con el 49% de una gestora que se encargara de la explotación comercial de una nueva Liga de las Naciones a nivel global con 200 selecciones y la ampliación del Mundial de Clubes a 24 participantes, que de una edición anual pasaría a ser cada cuatro años. La presencia del consorcio inversor ha quedado en el aire, pero el presidente de Fifa dejó claro que el plan sigue adelante para estrenarse en 2021, después de que las federaciones le revalidaran su mandato hasta 2023. Y no es para menos: el plan original les aseguraba un mínimo de 35 millones de euros si su Selección absoluta se calificaba para la primera fase de la nueva Liga de Naciones.
En cuanto al Mundial de Clubes, la idea de la Fifa es poner fin al actual formato, que se ha convertido en una especie de bolo invernal en la que el trofeo siempre es para el representante de Europa. Así ha sido en once de las últimas trece ediciones, que han hecho que el valor comercial del torneo fuera de sólo124 millones de dólares (111,86 millones de euros) en el ciclo 2015-2018, según consta en sus cuentas.
Unos ingresos ínfimos si se tiene en cuenta el dinero que inicialmente se prometió a los clubes que respaldaran el nuevo proyecto, pues el mero hecho de participar aseguraría 60 millones de dólares (54,12 millones de euros) y el campeón podría recibir hasta 150 millones de dólares (135,3 millones de euros). A día de hoy, no hay nada escrito.
Infantino es sabedor de que el proyecto sólo tiene lógica económica si logra el aval de la Uefa, razón por la que el formato se ha ido modulando con los meses. En marzo de 2019, la Fifa rebajó de doce a ocho el número de representantes de Europa e hizo desaparecer la invitación en función de historial y relevancia del mercado audiovisual. En su lugar, los ocho elegidos serían los campeones de la Champions y la Europa League de las cuatro ediciones previas. El menor peso de Europa permitía aumentar de cinco a seis las plazas para Latinoamérica, y de dos a tres las de Asia, África y Centro y Norteamérica. Oceanía tendría un equipo.
Fuente: https://www.palco23.com/entorno/el-monopoly-del-futbol-mundial-se-resquebraja.html